sacó de su bolsillo el pañuelo y se le caían las lágrimas. la imagen en la tv era blanco y negro.
sentado en el living de su casa, el chofer de marilyn, canoso pero todavía peinado a la gomina, contaba historias sobre la diva. el periodista le preguntaba sobre qué relación había tenido con ella y él respondía que su relación era sólo laboral. fue en vano. nadie le creyó, claro.
mientras relataba aquellos detalles sobre la vida de la estrella, se intercalaban las imágenes clásicas de marilyn. viento entre las piernas, lunar, labios rojos, cabello albino, tacos altos, piernas lechosas, tetas lechosas, vestido inmaculado, envolviéndonos, envolviéndome.
no, ella no usaba, respondió el chofer cuando el periodista insistió con lo de la ropa interior: incluso, prosiguió el chofer, algunas veces, cuando teníamos esas conversaciones y ella descendía de mi limo, yo tenía que meterme en el asiento trasero como si fuera un pasajero y, con este añuelo, mostraba el pañuelo con su mano derecha, secaba el asiento.
el periodista preguntó si ella se orinaba. el chofer rió a carcajadas y respondió: no, no se orinaba. mojaba el sillón, enfatizó con los ojos bien abiertos. estaba sonriente y ya no había lágrimas en su rostro. todas estaban en aquel pañuelo, aquel retazo de historia.